Sobran los análisis sobre la elección en el estado de México.
Todos intentan explicar cómo es que el PRI retuvo la gubernatura del estado, con Alfredo del Mazo Maza como candidato.
Todos parten del supuesto que fijaron como una verdad irrebatible las encuestas: tres cuartas partes de la población del estado de México —para dar una proporción cerrada— quieren un cambio de partido en el gobierno. Y con ese dato previo dado como un hecho inmutable e irrebatible, no alcanzan a comprender por qué el PRI de la mano del PVEM, Nueva Alianza y PES ganó la gubernatura.
Por consecuencia, asumen que hubo un fraude electoral. Descalifican a los electores que votaron en favor del priista Del Mazo. Es su única explicación posible.
“No nos vamos a dejar”. “No nos vamos a quedar con los brazos cruzados”. “El PRI gana con trampas”. Es la tónica de los analistas.
Les cuesta trabajo entender que los 20 municipios que iba a definir la elección no la definieron. Les resulta un misterio que los ciudadanos hayan salido a votar de forma masiva en los municipios rurales o semiurbanos. Es incomprensible que sus llamados a votar contra el PRI no hayan calado en esos grupos de votantes.
Los analistas locales, como Juan Carlos Villarreal —a quien envío un saludo y deseos de restablecimiento completo, tras el atroz asalto y herida del que fue víctima—, lo señalaron: el comportamiento electoral del estado de México urbano y rural —o “verde”— es distinto. Lo decía con una media sonrisa socarrona cuando veía las encuestas concentradas en las zonas urbanas.
Desde su prédica, los analistas de la Ciudad de México seguirán buscando teorías para explicar por qué fallaron sus pronósticos. No creerán que la cantidad de los votos indígenas ganó la elección, porque no cuestionan los números, sino la “calidad democrática”… ¿A qué se refieren?: ¿A que el triunfo de Alfredo del Mazo es de menos calidad por haber estado sustentado en el voto verde?, ¿a que sólo una victoria de Delfina Gómez habría sido democrática?
