Dudar por dudar

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Estamos a menos de una semana de que las campañas políticas nos inunden de promesas y de acusaciones.

De hecho, ya comenzamos a escuchar y ver las expresiones de los políticos que se disputan el poder.

Sí, la disputa es por el poder.

Desde que la democracia se impuso como forma de gobierno, el Estado ha sufrido algunas transformaciones: alguna vez debió garantizar el bienestar social, alguna vez la seguridad, otra vez la felicidad de los individuos —como consta en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos—, y por supuesto que la esperanza de una vida mejor. Pero hoy, estamos seguros de que no puede hacerlo. Que su papel ha sido limitarse a suministrar los servicios, pero ni el bienestar ni la esperanza ni la seguridad ni una vida mejor.

La Revolución —la personificación del Estado— ya no le hace justicia a nadie. O a casi nadie.

Así que mucho de los que escucharemos las próximas ocho semanas habrá que ponerlo en duda. Venga de donde venga.

La afirmación y a la vez la interrogante que planteo no es nueva: ¿los hombres y las mujeres que ya se preparan para convencer a los electores de ser la mejor opción en busca de la gubernatura del estado, lo hacen porque quieren que el gobierno responda a ciertos ideales o sólo buscan perseguir el poder por el poder?

¿Qué pueden ofrecer para convencer real y sinceramente al elector, sin recurrir a las dádivas o la compra del voto? O sin recurrir a ideas sobadas y frases mercadológicamente contundentes, pero realmente vacías. A la lucha del poder por el poder hay que imponerle un dudar por dudar. Quizás así las candidatas y los candidatos pongan los pies en la tierra y dejen esa sensación de ir entre nubes que les causan los mítines y los elogios.

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