Aunque a miembros de la sociedad, gobierno y empresas les disguste hablar de la violencia contra la mujer, estamos obligados a hacerlo pues ya es un problema de salud pública cuyo origen es la percepción de unos y otros hacia el rol de la mujer.
La percepción es un proceso mental donde confluyen pensamientos y sentimientos de nuestra experiencia de vida, creencias y deseos que posteriormente convertimos en patrones de conducta, costumbres y leyes a escala social, económica y política.
Es pues lo que hacen las mujeres, como lo hacen, las razones para hacerlo y las consecuencias de hacerlo las que generan desafección; ya sea en el hogar, la industria, el comercio y los servicios, el campo y la calle.
Ese hecho de que sea una idea o creencia personal o particular sobre la mujer hace difícil prevenir la violencia contra ella; en lo menta y físico; en los derechos y posibilidades como ser humano.
¿Quién más sino cada uno, desde su posición podemos replantearnos lo que pensamos de y para la mujer? ¿y si de ahí pasáramos a un pensamiento colectivo, es decir, incluyente y consensual?
Pensar es el principio y fin de nuestras acciones humanas. Y gran parte de la violencia contra la mujer está en lo que pensamos.
