El pasado fin se semana, además de la celebración del Día de Reyes se conmemoró el Día de la Enfermera. Es decir, de la persona cuyo oficio es asistir a enfermos, heridos y lesionados.
Todos tenemos alguna historia que contar alrededor de las enfermeras y especialmente aquellos que las han tenido a su lado día y noche varios días, semanas o incluso años. Ya sea por estrictas o permisivas, por afectuosas o distantes.
Y es que las enfermeras son el rostro humano de los servicios de salud. Su labor es clave en la atención a los enfermos y moribundos pues así como supervisan signos vitales, llevan a cabo curaciones y reanimaciones; intervienen en cirugías; controlan el suministro de medicamentos. Y lo hacen con presteza y entereza.
Constantemente las enfermeras están expuestas a contraer diferentes tipos de virus, bacterias u otros agentes por el contacto con enfermos. También son las depositarias de la confianza del paciente para sobrellevar o quitar molestias, dolores y preocupaciones.
Se les agradece poco y reconoce menos pero nunca es tarde para dejar de agradecer a la vida. Y las enfermeras son vida.
