Morir de inanición

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A estas alturas ya no sé qué comer. Y tampoco qué beber.

Estudios vienen, estudios van, y un día dicen que determinado alimento es buenísimo, casi casi como el maná del cielo —los ateos habrán de disculpar la metáfora—, y día siguiente aseguran que es más malo que la carne de puerco —los porcicultores disculparán la afirmación—.

Que si los granos y las frutas son transgénicos. Y consecuentemente hay un riesgo al comerlos. Sin mencionar los pesticidas utilizados en su cultivo, ni las aguas residuales que se utilizan para regarlos.

El caso es que uno come veneno en cada mordida a la tortilla o en cada pedazo de manzana.

Ni hablar de la carne: los pollos son alimentados con toda clase de sustancias y hormonas. Y la carne de res se obtiene después un proceso en que los animales son engordados con clenbuterol.

O más recientemente, que han pasado a avisarnos que la carne, especialmente la procesada es causa de cáncer.

De modo que no hay nada bueno que comer: lo que no te engorda, te enferma; y lo que no te envenena, te mata.

A este paso, tendremos que inventar algo para vivir sin respirar —por aquello de la contaminación—, beber —ni agua, porque los mantos freáticos se nos acaban— ni comer.

Los químicos tendrán que inventar algo tan puro y cristalino que nos nutra, sacie, hidrate y, desde luego, no ponga en riesgo nuestra salud. Menuda tarea.

Mientras, no sé si se tengan ustedes, estimados lectores, alguna recomendación poara no morir de inanición.

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