Hoy es el día señalado para reivindicar a la mujer indígena. La mujer que no es lo que nos dicen o suponemos por lo que vemos. Ni necias ni salvajes. Ni analfabetas por no hablar español o humildes por su vestimenta.
En este país se cuentan tres millones de mujeres indígenas que radican sobre todo en el Sur, al Norte, Centro y Oeste. Por estados, Oaxaca tiene más y las mujeres allá siguen siendo un objeto. Se les intercambia por ganado u obliga a casar con quienes ofrezcan más por ellas.
Usos o costumbres, pero la mujer indígena no vale en su entorno cercano y a nivel social. Aunque quiera. Se le niega o no se le ayuda.
Si a la mujer mexicana en general aún es discriminada y maltratada, la mujer indígena sirve para tener hijos, hacer la comida y cargar leña.
Les hemos negado el derecho a su desarrollo. Pero también no hemos reconocido que es portadora de la herencia cultural. La que enseña nuestra lengua nativa y continúa con las tradiciones.
La que resiste una y otra vez por ser indígena, pobre y mujer. Y aún así la mantenemos en esa condición, la peor de todas.
