Tapados y destapados

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No sé a ciencia cierta de dónde viene la tradición del “tapado” en la política mexicana.

Hace unas tres décadas leí en la revista Contenido que todo se había originado en la época de la Colonia, cuando un visitador español llegó al Virreinato de la Nueva España para supervisar que los funcionarios y encomenderos españoles no le estuvieran haciendo de chivo los tamales a su majestad el rey, y para cumplir su propósito se cubría el rostro a fin de que los pérfidos funcionarios no conocieran su identidad, dando lugar a la leyenda.

Pero no lo sé con certeza. De hecho, no creo que por allí vaya la cosa.

La definición política del “tapado” está más asociada a la subcultura priista que a otra cosa. Algunos incluso aseguran que el “tapado” desapareció desde los regímenes panistas, porque Enrique Peña fue candidato natural de un PRI opositor que lo tenía como figura mediática y política imbatible.

Ahora sí hay “tapado”. O “tapados”, porque los que suspiran por la candidatura priista a la presidencia son como media docena.

Dicen los que saben que el miércoles “destaparon” a uno, a José Antonio Meade, secretario de Hacienda. El “destapador” fue Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, que se deshizo en elogios sobre su antiguo compañero del Instituto Teconológico Autónomo de México. Nomás le faltó decir: voten por Meade.

Ignoro qué harán los demás “tapados”. Porque el dedo que apunte al elegido todavía no da señales de haber “destapado” a nadie.

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