Tránsfugas

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Ha sido noticia política en las últimas semanas que algunos personajes cambien de partido.

Los tránsfugas no necesariamente son noticia, porque son parte del folclór de cada periodo electoral. Pero cuando acres críticos de algún partido o personaje, como Germán Martínez lo fue de Andrés Manuel López Obrador o Javier Lozano del priismo, se suman a los que parecían sus acérrimos adversarios, entonces es noticia.

Pero como parte de un fenómeno de mayor envergadura: la disolución de las ideologías. Los “tiempos líquidos” que vivimos y que se expresan en la falta de firmeza de las ideas políticas de muchos personajes de la vida pública. Que de fondo significan que su único objetivo ha sido —y es— luchar por el poder desde la trinchera que les acomode mejor y a la que le vean mayores posibilidades de triunfo.

No importan el ideario o credo.

Linajudos panistas dicen que ahora son priistas hasta las cachas. Prominentes tricolores se manifiestan lopezobrasoristas hasta el tuétano. Priistas defienden a capa y espada los preceptos del perredismo. Y así, en todas las combinaciones posibles.

Al final, lo único que demuestra este fenómeno de deserción y cambio de colores político es que todos son iguales. Ningún partido está libre de la inmundicia y las ambiciones personales. Ningún partido tiene la verdad absoluta.

Todos los partidos tienen algo de qué avergozarse. Unos más que otros. Pero ninguno está libre de pecado.

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