Pasó la ceremonia de los Óscares y con ella el triunfo de un cineasta mexicano en dos componentes fundamentales de cualquier película: fotografía y dirección que a su vez le acreditaron el premio a mejor película extranjera.
Sin embargo, a los logros individuales de Alfonso Cuarón por su trabajo, esfuerzo y talento, se impuso la cultura de envidia del mexicano manifiesta en las expresiones prejuiciosas hacia su producción cinematográfica, la temática y la protagonista. Esta última de rasgos indígenas.
Asimismo, en el marco de la entrega de premios, empezaron a circular en internet memes en los que se hacía burla a los gestos del hijo del cineasta sin previo conocimiento o a pesar de que es autista.
No se trata de pensar ni suponer por el director galardonado en cuanto a sus sentimientos y emociones que la reacción de animadversión pueda generarle. En cambio sí, puede ser un buen momento para preguntarnos personalmente sobre nuestros deseos de que los demás mexicanos no sean, no tengan, o no tengan tanto como parece. Que nos disguste, moleste o hasta suframos anhelando su fracaso. Que incluso sacrifiquemos nuestros propósitos con tal de que no destaquen. Que no asciendan.