Hoy llega el papa Francisco a México para el gusto y disgusto de propios y extraños, así como en su momento ocurrió con otros líderes religiosos y espirituales como Bartolomeo I, líder de la iglesia ortodoxa; el Dalai Lama; el rabino Ismar Schorsch, Gordon Hincley, exlíder de los mormones; representantes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y Benedicto XVI, papa emérito.
La diferencia entre el papa Francisco y sus similares, por así decirlo, radica quizá en el número de seguidores. El Papa llega a una de las naciones con mayor número de católicos en todo el mundo. Según el INEGI, la iglesia católica está presente en 85 por ciento de la población mexicana.
Su presencia en México, implica desde luego, la movilización humana de millones de personas del interior de a república y católicos extranjeros. Es lógico pensar que esto ocasionará molestias, inconformidad y hasta protestas, pero también generará gran derrama económica.
El asunto de fondo es actuar con tolerancia. Con respeto al legítimo derecho de pensar, actuar y ser de manera distinta. En todo el mundo miles de millones de personas hallan en la religión sentido a su existencia. Actuemos con tolerancia.
De hecho la tolerancia es la mejor religión, según Víctor Hugo.