Al amanecer se mezclan los olores de la tragedia. Huele a combustible, carne quemada y tierra mojada. Nadie habla, todos observan.
A media noche decenas de hombres y mujeres, vestidos de negro, de abrigos costosos y elegantes estuvieron en la zona… de luto. Pero los cinturones de seguridad de soldados y policías federales con rifles colgados del pecho les impidieron el paso.
A 50 metros, de la zona «cero», donde murió el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, sólo se ve a un centenar de agentes y peritos de la AFI que mantienen las investigaciones, hablan en voz baja.
Alrededor de la zona se colocaron lonas para evitar que los curiosos vean, pero los mismos policías federales se asoman por las rendijas movidos por su curiosidad.
En la madrugada el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y el procurador General de la República, Eduardo Medina Mora, estuvieron aquí con el rostro duro, guardaron silencio. Encabezaron las investigaciones.
Por la mañana decenas de grúas remolcaron los autos calcinados. Salían las ambulancias del Servicio Medico Forense con los restos de los funcionarios y los transeúntes que perecieron en el accidente, el silencio se hacía abismal. «Es una mujer», alguien gritó, se oyó un sollozo.
Al medio día de este miércoles se mantienen las labores de investigación y se ha reforzado el cerco de seguridad por personal de Ejército mexicano y de la Policía Federal.
Voceadores usan megáfonos anunciando la tragedia. Venden sus periódicos. Mientras decenas de ejecutivos y oficinistas de los edificios que fueron afectados anoche se mantienen a la expectativa. Hoy no trabajarán.