Lo que le robamos a los niños

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Las escuelas están cerradas hoy y probablemente estén cerradas mañana y el mes entrante.

Los niños y jóvenes en edad escolar han dejado de asistir a sus escuelas desde hace 23 semanas, incluyendo los periodos vacacionales. Es posible que este ciclo escolar completo no pisen sus salones de clase ni vistan el uniforme para las celebraciones cívicas y sociales habituales. Tal vez dentro de un año esté más claro el panorama y haya esperanza cierta de que volverán a las aulas, pero mientras ese plazo llega, verán la televisión y tratarán de aprender en un par de horas diarias aquello que para otras generaciones fue un espacio cotidiano de al menos cinco horas, en medio de amigos, amigas, compañeros y maestros.

Ellos, los menos responsables de pandemia de COVID-19, están pagando un costo muy alto.

En este punto en el que pronto comenzará el ciclo escolar, en las vidas de nuestros niños y jóvenes hay una enorme pérdida. Algo que los adultos de la actualidad nunca experimentamos, salvo por alguna enfermedad… pero la escuelas estaba ahí, a la vuelta. Para los niños y jóvenes de hoy sólo existe una incertidumbre profunda, arrastrados por la pandemia. Se han pasado la vida pegados a una pantalla, ya sea de una televisión, una computadora, una tableta o un teléfono celular, ya sea porque las clases están ahí o porque es el único medio de entretenimiento a su alcance. Los más inquietos, buscando respuestas a sus preguntas. Los menos, esperando a que llegue la solución que los ponga de nuevo en la “normalidad” a la que estaban acostumbrados en sus cortas vidas.

En el caso de los adultos, es cierto que algunos han perdido su trabajo, pero la gran mayoría de los adultos han retomado sus actividades con algún grado de normalidad. Si están en casa no es porque hayan decidido atender a los niños, sino forzados por las circunstancias.

Lo que ha llevado a los infantes y jóvenes a la educación a distancia ha sido en primera instancia la pandemia. Pero en segunda instancia, y no menos importante, han sido los adultos. La receta de distanciamiento social, lavando constante de manos, reclusión en casa y uso del cubrebocas ha llevado a muchos países a enfrentar con éxito la pandemia, pero en México pareciera que seguir instrucciones  implica un inadmisible sometimiento, sin importar estado económico, social o educativo de las personas.

La escuela es un espacio básico de aprendizaje y convivencia para los niños. Mucho más para los niños en los estratos de pobreza.

Pero no pudimos llegar al semáforo verde para que niños y jóvenes recuperaran su espacio de crecimiento.

Y es difícil que lleguemos, mientras seguimos saliendo a la calle sin protección, por politiquería nos oponemos al uso obligatorio del cubrebocas, somos renuentes a guardar la sana distancia, consideramos inútil limpiarnos las manos constantemente, nos negamos a buscar atención médica hasta que es inevitable, difundimos recetas y productos estrafalarios, atiborramos los centros comerciales, organizamos fiestas y reuniones, y, en suma, continuamos con toda clase de acciones de alto riesgo de contagio.

De este modo, le robamos a los niños su escuela, a sus amigos y maestros, su graduación, sus exámenes… su experiencia.

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