El Bronco, Jaime Rodríguez, hoy ya gobernador de Nuevo León, parece estar dispuesto a cumplir las expectativas que le generó al pueblo neoleonés: este jueves clausuró la casa de gobierno, que durante cuatro o cinco sexenios utilizaron el mismo número de gobernadores como despacho y más recientemente como casa-habitación.
Sé que no es la gran cosa clausurar unas oficinas alternas, pero se trata de un ejercicio simbólico, que indica que El Bronco pretende acabar con los excesos en los que incurrieron sus antecesores y que tanta molestia generaron, especialmente en el caso de su antecesor inmediato, Rodrigo Medina.
Ya sé, habrá quien diga que se trata de un acto demagógico. O populista.
Pero, como decía hace unos días: forma es fondo.
Es como cuando un gobernante genera esa percepción social de que es permanentemente lejano de la gente, en una burbuja permanente y hasta ajeno a los medios de comunicación —que a final de cuentas son la caja de resonancia de sus acciones—. Percepción es realidad, dicen los mercadólogos. Forma es fondo, dicen los politólogos. Lo que se ve no se juzga, dice la sabiduría popular.
Y en el caso de Jaime Rodríguez, gobernador de Nuevo León, sus acciones, quiérase o no, generan simpatía entre ese enorme grupo de mexicanos que está cansado, harto y desencantado de la clase política, y de los funcionarios y servidores públicos que abusan del poder.