La Organización Mundial de la Salud estima que la mitad de la población mundial ha padecido dolor de cabeza al menos una vez en el último año. Cuando el dolor de cabeza se produce de forma recurrente y está asociado a algún trastorno, la OMS considera que es una dolencia discapacitante que daña gravemente la calidad de vida de las personas. Tanto es así, que el «Global Burden of Disease Study», de 2013, consideraba a las migrañas como la sexta causa global de discapacidad en el mundo. Por ello, el coste económico de esta dolencia es incalculable.
El dolor de cabeza, según la organización de Naciones Unidas también es un asunto subestimado, mal tratado y mal diagnosticado. Este es uno de los motivos que llevó al científico Rami Burstein, de la Harvard Medical School, a tomar cartas en el asunto. Intrigado por los dolores de cabeza que empeoran con la luz, el investigador recurrió a 69 voluntarios para tratar de averiguar cuáles eran los tipos de luz, es decir, los colores, que más dañinos resultaban. Lo que no podía imaginar es que gracias a su curiosidad iba a descubrir que la luz verde era capaz de disminuir la sensación de dolor en algunos casos.
Según investigaciones anteriores, la luz parece estar detrás del 80 por ciento de los ataques de migraña. Es lo que se conoce como fotofobia, una dolencia que lleva a las personas a aislarse en lugares oscuros y a no poder desempeñar su trabajo o su rutina diaria. Pero además, otros estudios ya habían sugerido que no todas las luces son igual de dañinas: algunos ya sugerían que las personas con migraña eran sensibles a la luz azul pero inmunes a otros colores.
En este sentido, Burstein confirmó que la luz azul y roja aumentaban la sensación de dolor: cuanto más intensas eran, más dolían. Pero lo más sorprendente fue averiguar que la luz verde, de una longitud de onda muy concreta, (es decir, de un «tono» determinado), no solo empeora mucho menos que otros colores el dolor, sino que cuando la intensidad es baja, puede disminuir el dolor de cabeza. Al menos en el 20 por ciento de los 69 voluntarios.
Para ello, prepararon experimentos para medir la actividad eléctrica de la retina, en las profundidades del ojo, y en la corteza, ya en el cerebro. Así comprobaron, que la luz verde generaba menor actividad que los otros colores en ambas regiones.
A continuación, el equipo de Burstein recurrió a ratones. Gracias a ellos, averigaron que el tálamo, la zona cerebral que transmite información entre el ojo y la corteza acerca de la luz, modifica su «mensaje» de forma que se puede explicar por qué cada tipo de luz no es igual de dolorosa.
Sería estupendo que las personas con migraña pudieran leer y trabajar bajo esta luz verde, pero aún es imposible poder conseguirla a bajo precio. Los científicos trabajan ahora en buscar una bombilla barata y capaz de emitir luz verde extremadamente pura, de 530 nanómetros de longitud de onda, pero el precio de la tecnología necesaria es realmente astronómico.