Hecha la ley, hecha la trampa

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Un viejo adagio dice: “hecha la ley, hecha la trampa”. El anecdotario de la política nacional también recuerda la frase atribuida al político potosino Gonzalo N. Santos: “la moral es un árbol que da moras”.

La primera frase es muy antigua. Hay referencias que la remontan hasta el antiguo imperio romano. La humanidad siempre ha buscado los resquicios o recovecos para buscar su provecho personal o de grupo.

Recuerdo haber leído la historia de unos monjes japoneses que por regla sólo que podían comer carne de animales marinos. Pescar y conseguir pescado requería algún esfuerzo y no era tan sencillo como crías cerdos o gallinas. Así que —hecha la ley, hecha la trampa—, los monjes bautizaron a los cerdos como “ballenas silvestres” y asunto arreglado.

En esta media plana el arriba firmante no quiere hablar de monjes budistas, shaolines o como se llamen. Tampoco de ganado porcino o ballenas. Mejor hablemos de anuncios espectaculares y otras formas de promoción. A grosso modo, porque me declaro lego en el asunto.

El artículo 134 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos prohíbe la promoción personal de los servidores públicos. A la letra dice: “La propaganda, bajo cualquier modalidad de comunicación social, que difundan como tales, los poderes públicos, los órganos autónomos, las dependencias y entidades de la administración pública y cualquier otro ente de los tres órdenes de gobierno, deberá tener carácter institucional y fines informativos, educativos o de orientación social. En ningún caso esta propaganda incluirá nombres, imágenes, voces o símbolos que impliquen promoción personalizada de cualquier servidor público”.

Y en la reforma constitucional en materia electoral de 2007 el artículo 41 constitucional impone una prohibición a cualquier persona física o moral de “contratar o adquirir” tiempos en radio y televisión.

En ambos casos, las reformas fueron hechas por los legisladores emanados de distintos partidos políticos que, al paso del tiempo, se han querido quitar de encima las restricciones —el cilicio— que ellos mismos se impusieron. Y lo han logrado.

Hoy es posible ver la promoción personal de personajes de todos los partidos políticos bajo las marcas de publicaciones de todos colores y sabores. Sería ingenuo pensar que es obra de la casualidad.

El arriba firmante ha escuchado a varios políticos quejarse de las restricciones que les impone la ley. Así que, ¿por qué no mejor hacen una reforma a la reforma y nos dejamos de simulaciones?

Sería bonito que hubiera decencia en todos lados y que no fuera necesario recurrir a subterfugios para que los interesados en una candidatura o un cargo de elección popular se promovieran abiertamente. Tampoco habría necesidad de inventar figuras o cargos para placearse en pos de un cargo publico, fuera de los tiempos de campaña. Pero nos encanta buscarle tres pies al gato y peras al olmo.

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