Se acabaron los juegos olímpicos. Y durante los 4 años siguientes nos olvidaremos de todo lo que tenga que ver con disciplinas que nos resultan tan exóticas como el pentatlón, el voleibol de playa, el lanzamiento de martillo, los relevos 4 por 100, los 100 metros estilo mariposa, la caminata, el salto triple o el caballo con arzones. Nos dedicaremos, como siempre, al futbol soccer.
Desde luego, nos olvidaremos del debate anual de por qué México no gana medallas y de por qué países con menos recursos y habitantes son capaces de alcanzar la gloria olímpica. Se nos olvidarán los deportistas y los deportes olímpicos. Sólo los recordaremos cuando se presenten, como dice Juan Villoro, a buscar el voto en pos de un cargo de elección popular.
Fueron 15 días de disciplinas que nos maravillan y nos dejan con la boca abierta. Pero que pasan al olvido tan pronto como se apaga la antorcha olímpica.
A diferencia de lo que pasó a raíz de Barcelona 1992, Juegos Olímpicos que a España le dejaron generaciones de deportistas competitivos, a México no le quedó nada de los juegos de 1968. Ni siquiera un sistema deportivo o una metodología, mucho menos procesos de formación y fomento a deportes. Ni siquiera en el futbol soccer, donde salvo un par de iniciativas ya no tan recientes a los dueños del futbol tampoco les interesa formar y crear, sólo negociar.
Y dentro de 4 años, volveremos a la esperanza de ganar. E intentaremos explicar la falta de triunfos.