La propuesta de una reforma electoral federal abre un debate crucial sobre la fortaleza y la confianza en nuestras instituciones.
La experiencia del Estado de México, con procesos recientes que combinaron modernización tecnológica y viejas prácticas políticas, muestra que las reglas no bastan: su aplicación y vigilancia son determinantes. También es esencial un diálogo que abarque todas las fuerzas políticas.
Pensar en las elecciones de 2027 exige más que ajustes legales; implica garantizar que órganos electorales sean independientes, que la ciudadanía tenga certeza y que la competencia sea equitativa.
La lección mexiquense es clara: sin una cultura democrática sólida, las reformas se vuelven letra muerta.
El reto es lograr que los cambios no favorezcan a intereses de un partido, sino que fortalezcan la voz de la gente, en este México polarizado.