Admiro sinceramente a los llamados call center, anglicismo muy bonito que podría traducirse simplemente como centros de llamadas, o que también se denominan telemarketing o mercadotecnia por teléfono o algo así.
Los admiro también porque tienen un negocio que en México debe ser muy efectivo, porque la sabiduría popular indica sin margen de duda que los mexicanos no sabemos decir que no.
Si viene un compadre y nos dice “préstame tu carro”, no sabemos como negarnos. Si viene un cuate y nos pide dinero prestado, nos quedamos en calzones pero le prestamos lo que necesite. Si nos piden que cooperemos para el teletón, damos hasta la camisa. Si nos viene un compañero con aquello de que se le murió la abuelita —otra vez— y nos hagamos cargo de su chamba, lo vemos feo pero le entramos con resignación.
Nos domina el qué dirán. Qué va a decir el compadre, el amigo o el vecino.
Así que cuando nos llama amablemente fulano o perengana de tal para decirnos que nos ganamos un premio o que estamos en la lista de clientes distinguidos para que recibamos una tarjeta de crédito, no sabemos cómo decir que no. O lo decimos y cuando nos preguntan por qué, nos sentimos los seres humanos más viles por no poder decir directa y llanamente que porque no se nos da la gana. Y al cabo de unos minutos, los operadores del telemarketing ya nos endosaron un tiempo compartido, una cita para la demostración de una batería de cocina, una tarjeta departamental, un seguro que te proteje del síndrome de Estocolmo, el más nuevo y poderoso jugo de una fruta exótica que cura hasta a los que están sanos, un juego de cuchillos o cualquier otra cosa que no necesitamos.
Pero mi mayor admiración radica en que trafican con los datos personales como nombre, dirección, teléfono y no hay quien les ponga un hasta aquí. Ni el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales ni nadie que se le parezca. Trafican y sacan provecho de mis datos y los tuyos aunque la ley se los impida.
Una muestra más de que la impunidad es el común denominador de mucho de lo malo que pasa en este país.