Aquellas personas que no tienen control en lo que comen, no hacen una elección de lo que ingieren, ni sienten satisfacción plena, suelen identificarse como «comedores compulsivos». Si bien se trata de individuos que generalmente canalizan su ansiedad y estrés hacia la comida, también existe la otra cara de la moneda, pues hay personas que cuando están presionadas, ansiosas o deprimidas dejan de comer porque el alimento les provoca repugnancia, lo que puede ocasionar que en pocos días pierdan peso.
«Cualquiera de los dos extremos trae consecuencias negativas para la salud, más aún si la persona padece diabetes mellitus. Por un lado, la sobrealimentación eleva de manera importante la glucosa sanguínea y, por otro, la falta de comida la reduce (condición conocida como hipoglucemia)”, señala en entrevista la nutrióloga y psicoterapeuta Luisa Maya Funes.
Sin embargo, el que el estrés influya en la forma de comer es una conducta aprendida a lo largo de su vida. «El ser humano, desde su nacimiento, se vincula a su madre por medio del alimento. Después, durante la etapa preescolar se comienza a premiar al chico con golosinas si se porta bien, cumple con sus tareas y guarda los juguetes, acciones que ocasionan que se genere en el menor la idea de que cualquier necesidad, apoyo o recompensa tiene que ser cubierta mediante la comida», explica la doctora Maya Funes.
Es así que el alimento ha adquirido múltiples connotaciones simbólicas, asociándolo generalmente a momentos de festejo, agrado, placer, satisfacción y bienestar. En este contexto, muchas personas sienten que no sólo nutren a su organismo, sino que hacen lo mismo con su alma debido a que se les inculcó esa idea desde edad temprana.
Es por ello que cuando enfrentan situaciones que les causan estrés, ansiedad o angustia compensan tal insatisfacción comiendo; en caso contrario, a quien no se le enseñó a darle tanto valor a los alimentos, obviamente no va a recurrir a ellos como satisfactor en momentos de tensión.