A partir de este fin de semana le queda un mes en el cargo al presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. Esto equivale a que se le va acabando el poder de tomar decisiones en materia económica, política y social de México; de promulgar leyes, decretos y reglamentos y de nombrar a secretarios de Estado o disponer en torno a los puestos clave en el gobierno. También, sus puntos de vista ya no tendrán influencia frente a otros países o en materia de política exterior. Deberá igualmente dejar privilegios a los que se había habituado como vivir en Palacio Nacional; no habrá más protección oficial, vigilancia de sus movimientos, ni un espacio diario donde hablar a sus anchas y atacar.
A la pérdida de poder hay que agregarle que el mandatario ha anunciado su retiro de la vida pública que implica que no hará como otros expresidentes que se han dedicado a dar consultorías, conferencias, apoyar organizaciones no gubernamentales, buscar puestos de trabajo privados, asistir a eventos públicos o académicos y hoy en día, mantener un rol activo en las redes sociales dando puntos de vista de la agenda pública.
Dejará pues de ser visible en la escena nacional después de casi tres décadas en política, partidos, gobierno y lucha por la presidencia y con su estilo característico de confrontación, desdén a las élites económicas y al régimen priista. ¿Extrañará él el poder y les faltará a sus seguidores y detractores?