Una de las cosas que tienen vivir tan cerca de la capital de la república mexicana es que todo lo que sucede en el (todavía) Distrito Federal tiene eco por tierras del valle del Matlazinco.
Ya sea porque muchos de los duermen aquí trabajan allá o porque muchos de los que viven y trabajan aquí vienen de alla o simplemente porque hay una convivencia cotidiana entre la Ciudad de México y el valle de Toluca, pero siempre resentimos las decisiones que se toman en la capirucha.
Así ha sido en el caso del Reglamento de Tránsito que se puso en vigor ayer en el DF. Casi ningún automovilista, chofer, conductor o chafirete que se precie de serlo ha estado complemente ajeno a las noticias relativas a la nueva norma en materia de vialidad: que se las multas son carísimas, que si las infracciones son una extravagancia, que si Mancera es un tal por cual, que si en el estado de México deberíamos seguir el ejemplo.
Pues eso: que ir a la Ciudad de México será cosa de portarse bien, acatar las reglas, conducir como un automovilista modelo. Es decir, lo contrario a lo que ocurre habitualmente en estas tierras.
Y no es que crea que hay ciudades de primera y de segunda. Lo que sí creo es que hay autoridades que piensan y actúan para tener ciudadanos de primera, con reglas para ciudades con calidad de vida, y otras que prefieren no ejercer sus facultades de autoridad y que las cosas caminen solas.