¡Aguas!, llegan las aguas

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Parece que ya todos estamos felices y contentos. Lo digo por el clima, desde luego. Después de los calorones de la tercera onda de calor, han comenzado las lluvias y parece que en el valle de Toluca —que es del estado la mera nuca, según la celebre canción— todo regresa a la normalidad.

Nomás que con las lluvias vienen los encharcamientos, las inundaciones, las goteras y esas cosillas menores que ponen al descubierto las carencias gubernamentales.

Así como en la onda de calor nos dimos cuenta de que el programa de bebederos escolares es una entelequia, porque se supone que apenas una de cada ocho escuelas en el estado de México tiene estos dispositivos, con la llegada de los aguaceros se hace visible que los atlas de riesgos sólo son útiles en calidad de pisapapeles.

Año con año sabemos que en la zona del valle de México hay 163 sitios de riesgos para inundaciones, en 175 colonias distribuidas en 28 municipios. Que en a llamada cuenca del río Lerma hay otros 44 sitios susceptibles de inundación, ubicados en 47 colonias de 18 municipios. Y que en la cuenca del río Balsas hay otros dos municipios, con dos puntos de riesgo. En total, hay como 29 mil mexiquenses en riesgo por las lluvias.

Se supone que ya sabemos dónde, que ya sabemos qué y que está identificado el por qué.

Y de todos modos, no hay año en que no lamentemos los encharcamientos, las inundaciones, los deslaves, las granizadas y las ya celebres “lluvias atípicas”. Tampoco hay año en el que la culpable de todos nuestros males sea la basura… y por lo tanto, quienes arrojan sus desechos en la vía pública —pero no decimos nada de quienes debieran limpiarlos y recogerlos—, porque así es más fácil escurrir el bulto de la responsabilidad que le corresponde a la administración pública.

Aún así, en cuatro de cada 10 casos de inundaciones ocurridas en los últimos años, un factor preponderante ha sido la infraestructura hidráulica insuficiente. En uno de cada cuatro acontecimientos, el desbordamiento de cauces. Y en uno de cada seis, la baja de aguas broncas desde las laderas.

En el papel, el problema está identificado.

En los hechos, la ineptitud, las omisiones, la falta de acciones y el desconocimiento de las recomendaciones de los especialistas —porque los hay—, se traducen en tragedias pequeñas y grandes. Y en el sobado argumento de las “lluvias atípicas”.

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