Algo de cortesía y amabilidad

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Estos días propios de la temporada decembrina tienen su no se qué que qué se yo. Y no me refiero al ánimo festivo que flota en el ambiente. Me refiero a cómo las calles transforman a la gente en la vía pública, gracias al hervidero de actividad que se traduce en calles convertidas en zona de conflicto.

Cualquiera lo sabe: el tiempo de los trayectos se multiplica, se olvida cualquier gesto de cortesía y educación y hasta el más diminuto signo de educación vial pasa al rincón más oscuro y lleno de telarañas de la cajuela. Por supuesto, todo aderezado de mentadas de madre, leperadas e imprecaciones dichas en voz alta o repetidas en el más estoico de los silencios.

Tal parece que los conductores de autos y algunos pasajeros sacan toda la mala leche que han guardado a lo largo del año para mostrarla en estos días. Especialmente, claro está, en zonas de alta concentración de personas —centros y zonas comerciales, escuelas, espacios de diversión—. En teoría, el espíritu de las fiestas decembrinas suele invocar sentimientos de solidaridad y empatía, de felicidad y alegría; paradójicamente, estas ideas se desvanecen cuando tomamos el volante: las prisas por llegar a tiempo, la desesperación ante el tráfico y el estrés de los compromisos pueden convertir un simple trayecto en una experiencia hostil.

Desde luego, no es que la gente se baje y se agarre a porrazos, pero muchos conductores y conductoras —es esto del lenguaje incluyente, ustedes perdonen— logran que a cualquiera se le olvide el espíritu navideño. Te pueden traer asoleado a bocinazos, te “avientan” el carro para que no cambies de carril, te ganan el espacio de estacionamiento que has estado esperando pacientemente por muchos minutos, impiden que te incorpores a alguna avenida, obstruyen el tránsito estacionados en doble fila para hacer sus compras —qué tanto es tantito—, no saben usar las direccionales y un largo etcétera que incluye a los que en las casetas de cuota se inventan un carril o transitan por el arcén.

En vez de actos de amabilidad propios de la temporada, parece que todo se vuelve una competencia por ocupar un lugar en la calle o en el espacio público. Y suele suceder que cuando uno, un individuo, quiere ganar, perdemos todos. No me lo van a negar los que se quedaron atrapados por aquí y por allá con la caravana de la empresa refresquera de la semana pasada. Tampoco me lo pueden negar los que, como el arriba firmante, no comprenden porque el chafirete del autobús urbano no los deja pasar, como si uno en su charchina motorizada le quisiera quitar el pasaje.

Así son las temporadas decembrinas. Cuando uno quisiera tener los mejores deseos para la humanidad, se ve inclinado a pensar en que hay ejemplares de ser humano que merecerían no llegar a cargar los peregrinos. Y no, como diría Love of Lesbian, no deseo que se mueran…solo que no respiren.

Un poquito de decencia nos vendría bien. Practicar la cortesía al conducir. Ceder el paso, respetar las señales y evitar los claxonazos. Mostrar la buena educación y la buena nacencia. Cooperar para un ambiente vial más relajado. Marcar una diferencia.

Pero mientras lo logramos, a todos los que alguna vez me han causado un coraje al manejar, con todo respeto: me saludan a la más vieja de su casa.

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