Los mexicanos tenemos como 40 años combatiendo a la corrupción. Y nada ha podido con ella, entre otras cosas porque es un monstruo de mil cabezas al que le cortan una y le aparecen otras mil. Así que a estas alturas debe ser una hidra con varios millones de cabezas de todos tamaños y colores.
Algunos se deben acordar del eslogan de campaña de mediados de los setentas que decía “la solución somos todos” y que el ingenio nacional pervirtió en un “la corrupción somos todos”. Ya para entonces caían cabezas prominentes. Después vino aquello de la simplificación administrativa, porque teníamos un Estado “obeso”… que en vez de adelgazar se hizo más y más gordo, a la par de que se complicaban los trámites para abrir empresas. Después escuchamos términos como desregulación, apertura rápida, autoevaluación… y desaparecieron las inspecciones, comenzaron los trámites en línea, se eliminaron muchos pagos en ventanilla…
Y sin embargo, la corrupción sigue ahí. En la médula de la vida pública. México es uno de los países con calificación más baja en los registros de Transparencia Internacional.
Por ese cuestionamiento social a la corrupción es que se obligó a la esposa del presidente a dar una explicación sobre la compra de una casa. Por eso mismo se dio paso al Sistema Nacional Anticorrupción, que no acaba de nacer. Y entre los estertores del parto se acaba de nombrar a Jacqueline Peschard como cabeza del comité ciudadano del sistema.
El nombramiento da alguna esperanza. Pero no demasiada, porque Peschard ha estado en encargos públicos desde 1996, sin que su paso por el IFE o el INAI hayan cambiado mucho las cosas. Sólo queda decir, ojalá… Parafraseando al tango, 40 años no es nada…