Ballena jorobada macho, recorrió 13.000 kilómetros para aparearse

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Las ballenas jorobadas están entre los animales que recorren mayores distancias. Siguen un patrón: la temporada de celo y cría la pasan en las cálidas aguas cercanas al ecuador, para después viajar miles de kilómetros hacia los gélidos mares del Ártico y el Atlántico o el Pacífico norte o, en el hemisferio sur, las que bañan la Antártida. Allí se alimentan de alevines de anchoas, arenques o sardinas o, en el océano Antártico, del kril, diminuto crustáceo parecido a las gambas.

Estos cetáceos migran entre las aguas ecuatoriales a las de la Antártida para alimentarse pero este macho se movió del este del Pacífico al oeste del Índico.

Sin embargo, un grupo de biólogas marinas ha publicado en la revista científica Royal Society Open Science el mayor viaje realizado por un ejemplar de esta especie que no siguió el patrón. Un macho avistado en el océano Pacífico, frente a las costas de Colombia, fue de nuevo visto cerca de Zanzíbar, en el Índico, tiempo después. Entre ambos lugares, zonas conocidas de apareamiento, hay más de 13.000 kilómetros. Esta migración supera en casi 4.000 kilómetros la mayor distancia registrada hasta ahora en estos cetáceos.

Aunque hay aves capaces de viajar entre los polos ida y vuelta en el mismo año, como el charrán ártico, entre los mamíferos nadie viaja tanto como las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae). Abundantes en el pasado, su caza intensiva durante siglos casi acaba con ellas. La prohibición desde los años 60 está permitiendo su recuperación, aunque ahora mismo solo suman el 5% de las que hubo en el pasado. Su distribución sigue un movimiento estacional: pasan el verano en las aguas más frías pero ricas del norte o del sur. Con la llegada del invierno migran hacia las regiones ecuatoriales o más tropicales. Debido a la inversión hemisférica de las estaciones, rara vez se solapan las poblaciones del hemisferio norte con las del sur.

La migración es casi en línea recta, aunque sería más correcto decir que se mueven en la misma longitud. Así, las siete grandes poblaciones identificadas por la Comisión Ballenera Internacional en el hemisferio sur descienden en latitud hasta su porción del océano Antártico cuando allí es verano. Por ejemplo, los centenares de ejemplares que se cortejan y aparean frente a las costas cálidas del este de Colombia y Ecuador costean el continente americano hasta llegar a la península antártica, que tienen justo debajo en el mapa. Y al llegar el invierno, las hembras preñadas regresan al norte para dar a luz y los machos vuelven para buscar pareja. Por eso es tan especial lo que hizo la ballena registrada como HW-MN1300828.

HW-MN1300828 fue avistada por biólogos en el golfo de Tribugá, en el Pacífico colombiano, en julio de 2013. La volvieron a ver el verano de 2017 a 78 kilómetros de allí, en bahía Solano, también en Colombia. En el registro Happywhale, un repositorio de avistamientos con datos de miles de ballenas, no vuelve a aparecer hasta cinco años después y muy lejos de allí: el 22 de agosto de 2022, la vuelven a avistar en el canal de Zanzíbar, entre la isla de Unguja y la costa continental de Tanzania, en el suroeste del Pacífico. Los registros se apoyan en fotografías, en particular de la aleta caudal, la de la cola, de la ballena, que funciona como una huella dactilar. “Cada animal es identificado examinado el contorno posterior, los patrones de pigmentación y otras muescas naturales en la parte ventral de las aletas caudales”, explica Kalashnikova.

¿Cómo llegó desde Colombia a Zanzíbar? No lo saben. Lo más probable es que en uno de sus viajes anuales al sur, hasta la península antártica, algo la hiciera ir hacia el este, costeando la Antártida y, a la altura del cono africano, subiera hasta las costas tanzanas. Aunque en teoría podría haber tomado el camino contrario, hacia el oeste, bordeando el continente helado en sentido contrario, hay una barrera física casi insalvable: el océano antártico está gobernado por la corriente circumpolar, la más potente del planeta, que haría muy costoso ir a contracorriente, cuando del lado contrario solo tendría que dejarse llevar. Al volver, la lógica también sugiere que ascendiera relativamente en línea recta hasta las latitudes africanas.

Kalashnikova recuerda que el viaje en ese sentido, de oeste a este, se ha demostrado con los cantos de las ballenas. Las jorobadas son de los cetáceos que los tienen más elaborados, pues hablan hasta dialectos diferentes entre los distintos grupos. Recientes investigaciones han mostrado que el canto, específico de cada población, “evoluciona, ya que cada año se le añade una nueva incorporación, que a menudo es un fragmento del canto de otra población de ballenas jorobadas, y después de un tiempo toda la población comienza a cantar este canto ligeramente modificado”, explica la bióloga. Los científicos han comprobado cómo esta evolución tiene una direccionalidad hacia el este, “lo que significa que los mismos fragmentos se transfieren de oeste a este a través de las poblaciones; por ejemplo, en 2018 se cantó un fragmento nuevo en Namibia y Mozambique, luego, en 2019, ese mismo fragmento se detectó en el oeste de Madagascar, y después en el este de Madagascar y Australia”. Un trabajo aún por publicar compara ahora los cantos de las ballenas de Colombia y las de Zanzíbar, precisamente el viaje del macho que batió el récord.

El largo viaje del macho HW-MN1300828 supera en al menos 3.715 kilómetros la mayor distancia registrada entre dos avistamientos de la misma ballena jorobada. La primera vez la vieron en enero de 1997 en las aguas que rodean la península antártica y supusieron que procedía del sureste del Pacífico, como nuestro macho protagonista. Esta era una hembra y, 15 años después, la volvieron a fotografiar en la Byron Bay, en el este de Australia. Ya fuera costeando la Antártida o y después subiendo o atravesando directamente el sur del Pacífico, el mamífero recorrió 9.807 km. si fue por la primera ruta o 9.331 km. si lo hizo por la segunda. En su momento, cualquiera de las dos supuso la mayor distancia registrada hasta entonces, 2012, por uno de estos cetáceos.

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