En una semana se acaban las campañas electorales en pos de la gubernatura del estado de México.
El último día de mayo, con el último minuto del día, terminará la búsqueda del voto de los ciudadanos del estado de México. Daremos paso al periodo de reflexión, que supuestamente sirve para pensar con atención y estudiar bien la decisión de votar por la candidata Delfina o la candidata Alejandra.
Lo que vemos en la actualidad en las campañas es ya lo que se esperaba desde el principio: la confrontación entre continuismo y cambio.
El continuismo, vestido de metamorfosis, es la candidatura de la coalición Va por el Estado de México.
El cambio, ataviado de bandazo, es la candidatura conjunta de Juntos Hacemos Historia en el Estado de México.
Si el ciudadano se adentrara en las plataformas electorales o en los enunciados de las candidatas a la gubernatura, no sería fácil distinguir a una opción de otra. Pero ya sabemos que lo nuestro, lo nuestro, no es estudiar la ideología ni las plataformas de las opciones electorales, sino dejarnos llevar por lo que las emociones nos dictan. Las encuestas dicen que uno de cada cuatro ciudadanos decide por quién votar antes de las campañas electorales. Cuatro de cada 10 lo hace durante la campaña electoral —o eso presume— y uno de cada tres votantes asegura que decide el sentido de su voto en el mismo día de la elección… a veces ya con la boleta en mano.
El estado de México, conocido mucho tiempo como el “laboratorio político” porque la elección de su Poder Ejecutivo ocurre un año antes de la elección presidencial, significa mucho para la coalición PRI-PAN-PRD y para el conglomerado de Morena- PT-PVEM. Ganar la gubernatura será un paso sustancial rumbo a la elección presidencial. Para Morena sería la gubernatura número 21. Para el PRI conservar el gobierno del estado en donde se asienta uno de sus grupos políticos más linajudos. Para la coalición en su conjunto, detener el avance de la cuatro té, y tener un faro luminoso rumbo a las tinieblas de la elección presidencial —qué metáfora más pazguata, Felipe. Nota del Redactor—.
Pero más allá del resultado de la elección, cambio o continuismo, aquellos que escriben ya el acta de defunción del tricolor deben saber que no se va a morir el PRI —no falleció en el 2000—. Y también hay que saber que Morena no tiene asegurada la siguiente elección. Inferir el resultado de la elección de 2024 por lo que ocurra en 2023, lo mismo que pensar que se puede repetir el escenario de 2021, es pecar de ingenuidad. Es más, de ingenuidá.
Lo que suceda el 4 de junio sólo tiene que ver con el 4 de junio y la histórica elección de una gobernadora de un estado que nunca ha tenido a una mujer al frente del Poder Ejecutivo estatal. Lo demás, es vanidad.