Consentidos

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El arriba firmante tiene su baches favoritos. Sus baches consentidos. Esos que ha visto crecer desde hace meses, incluso años, y por los que hay un cariño especial, una relación de convivencia continua y constante, con alegría, risas y, de vez en cuando, algunas malas palabras.

No sé si ustedes, mis estimados cuatro lectores, tengan una relación semejante con algunos de los incontables baches que dominan la escena territorial del estado de México. El arriba firmante tiene los suyos en el valle de Toluca, porque han pasado los días, las semanas, los meses e incluso, como digo, los años y los ha visto crecer y multiplicarse. En algún caso, renacer de entre las “reparaciones” al ai’ se va y volver con más fuerza, profundidad y extensión.

Tengo ejemplos. En la esquina de Ignacio Allende y Paseo Tollocan, nació hace unos cuatro o  cinco años un agujerito porque el que nadie hubiera dado 20 centavos… No medía más de 20 centímetros de diámetro ni 10 de profundidad. Ahí estuvo, agazapado por muchas semanas, hasta que la falta de atención, la desidia, el descuido, la omisión, el desinterés y esas cosas que se ha vuelto comunes en la administración pública (municipal, en especial), le permitieron crecer hasta ocupar la extensión de un carril. Ya era tan escandaloso, que llegaron, lo taparon y estuvo oculto varios meses, hasta que regresó, ya sea porque el material era pésimo o porque los trabajos se hicieron mal o porque las condiciones del terreno lo permiten.

Le tengo particular “cariño” a una familia de baches en Laguna del Volcán esquina Paseo Tollocan. Originalmente eran tres pequeños juguetones que cualquier vehículo, por subcompacto que fuera, podía pasar sin preocupaciones porque su longitud no superaba la distancia entre llantas. Pero la ineptitud, la negligencia y hasta holgazanería de los responsables de estas tareas, hicieron que al paso del tiempo resultara cada vez más difícil pasar por encima de los baches sin caer en sus  “profundidades”… hasta que fue imposible: caías porque caías. Ahora se extienden por algo más que el ancho de un carril y están a punto de unirse en la longitud de varios metros. Tienen muchos meses de edad y no parece que nadie vaya a detener su crecimiento, además de que son causantes de prolongados embotellamientos.

Y hay un agujero, malo como él solo, en el crucero de Paseo Tollocan y Heriberto Enríquez. No es un bache, sino un hoyo abierto porque la tapa de un registro se perdió, se la robaron o fue abducida por los ovnis. Es un agujero maligno, que goza de causar ponchaduras de llantas y que en más de una ocasión ha atrapado los neumáticos de algunos autos con rines de pequeñas dimensiones.

En todos los casos, son hijos de la inacción gubernamental, emanados de la falta de inversión en infraestructura vial, la mala calidad en los materiales de construcción, la poca supervisión y planeación de las obras públicas, el desvío de recursos destinados a infraestructura y la falta de políticas preventivas.

Su lugar aparte tienen los baches que construyen los organismos de agua —Agua y Saneamiento de Toluca, por ejemplo) que abren zanjas para introducir o reparar servicios y nunca los tapan. Pero para eso no hay palabras, es simplemente una sandez gubernamental.

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