De la economía

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Los grandes números, la economía agregada, los indicadores gruesos, caminan bien. Nadie puede negar que la economía crece (aunque sea poquito), que la inflación está controlada, que las finanzas públicas se encuentras estables, que la informalidad cede o que la recaudación tributaria aumenta.

Las cifras están ahí. Son ciertas y reales.

A ellas se refirió ayer el secretario de Hacienda, Luis Videgaray (de quién se insiste en que podría venir al estado de México en calidad de candidato a gobernador), en su reunión con senadores de la república de su partido, el PRI. En la reunión pintó un escenario positivo, a partir de cifras y porcentajes que a cualquiera le harían pensar en una economía boyante y sólida.

Es verdad que México no se ha caído en pedazos y que a pesar del desplome del precio del petróleo hay serenidad en las finanzas públicas. También es cierto que se venden más autos que nunca y que las tiendas de autoservicio y departamentales venden carretadas de dinero.

Pero el día a día del mexicano promedio es más precario de lo que reflejan esas cifras, que en buena medida se deben a la presión fiscal: los controles digitales, los registros electrónicos y la condicionante que implica que cualquier empresa, gobierno o persona física requiera de un comprobante fiscal.

Las cifras se fundan en el trabajo que se ha hecho en materia tributaria que, sí, obligan al consumo interno, actual motor del crecimiento. Aunque paradójicamente el mexicano de a pie se queje de que no le alcanza, que no tiene dinero,

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