A raíz de la conmemoración del Día Mundial de la Alimentación no podemos pasar inadvertido el desperdicio de comida que tiene lugar alrededor del mundo, en contraste con las 821 millones de personas que padecen hambre.
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Simplemente, pongamos atención a la cantidad y calidad de comida que durante el día nos llevamos a la boca; la que preparamos y nunca consumimos y la que dejamos descomponer dentro y fuera del refrigerador.
Según las cifras de la FAO, el alimento que más se pierde es la papa, en hasta 45 por ciento de la producción total o mil millones de costales, sobre todo en América del Norte y Oceanía. A las papas le siguen las frutas y verduras; el pescado, los cereales, las legumbres, la carne de vaca y la leche.
Obviamente, según el país o región que se trate, las condiciones de acceso a la comida son distintas; dependen del proceso de recolección, almacenaje, embalaje, transporte e infraestructura. O a los mecanismos de mercado, de precios y normatividad.
Pero, tratando de ser prácticos y a la vez solidarios con los que no tienen, conviene aplicar la frase célebre de las buenas maneras: “sírvete solo lo que te vas a comer”.
