Se suponía que en el estado de México —y en la república mexicana por extensión— íbamos a vivir en Jauja, gracias que tendríamos un bono demográfico bárbaro. Una cosa así de no sé qué que qué sé yo, en la que la Población Económicamente Activa (PEA) sería mayor a la población económicamente dependiente, compuesta por menores de edad y de adultos mayores.
Algo fabuloso. Los modelos económicos presagiaban que la enorme cantidad de personas jóvenes en su fase productiva, al incorporarse al trabajo formal, contribuirían positivamente a la sociedad en la generación de una mayor riqueza y de un gran crecimiento económico.
Nos frotábamos las manos. Las declaraciones de nuestros políticos, servidores y funcionarios públicos nos pintaban un escenario de creación y distribuición de la riqueza como nunca antes. La fuerza de trabajo sería colosal. Y en el estado de México, por ser el más poblado de la república mexicana, el escenario era mucho más provechoso.
Al paso del tiempo, el bono demográfico se convirtió en una bomba de tiempo. Los jóvenes no tienen el empleo que esperaban. Tampoco gozan de las condiciones para fundar empresas y producir. Los espacios en las escuelas son insuficientes.
La presión de esa enorme cantidad de población que conforma la fuerza de trabajo se escapa por los boquetes de la economía informal. Y en el mejor de los casos, en empleos precarios, con salarios bajos y sin expectativas de crecimiento. Los que emprenden los hacen también en la informalidad, pues los compromisos que trae consigo la formalización de una empresa se comen el capital, las pingües ganancias y las ganas de trascender. Contados son los casos de éxito.
Los propios modelos económicos que, exultantes, anticipaban el edén, advirtieron que si el bono demográfico no contribuía al crecimiento, los jóvenes y las jóvenes solo se sumarían a la población económicamente dependiente. Y sin opciones, su potencial se disiparía en el mercado informal, profundizando los problemas económicos y sociales que ya estaban en el horizonte.
Y eso ocurrió. El bono demográfico se diluyó.
Así, 56 por ciento de la población económicamente activa está en la informalidad. Se trata de 31 millones de los 55 millones que conforman la población mexicana en edad de trabajar —en ese grupo de la PEA, 3 millones de jóvenes mexiquenses—. Según un dato de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, 70 por ciento del empleo que se ha generado durante la pandemia está en la informalidad. Y el Consejo de Cámaras y Asociaciones Empresariales del Estado de México señala que 50 mil jóvenes de entre 18 y 34 años se sumaron al mercado laboral, sin poder encontrar un trabajo. Otros cerca de 200 mil niños y jóvenes no han regresado a la escuela por falta de dinero, problemas familiares o simplemente por la desigualdad social y económica imperante.
Además, los ingresos son hasta 43 por ciento menores a los que había previo a la pandemia.
Los programas gubernamentales han sido insuficientes. Ni Jóvenes Construyendo el Futuro ni las Becas Benito Juárez han estimulado un escenario distinto. El deterioro es presente y parece ser futuro.