El coco en el tipo de cambio durante décadas fue el dólar a 12.50.
Yo era un infante cuando escuchaba el temor de mis mayores por el costo del dólar. También eran tiempos de incertidumbre sobre a cómo amanecería el huevo, la leche o las tortillas, porque eran tiempos en los que padecíamos una inflación galopante.
Que hay que decir que los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo resolvieron, aunque a costa de la precarización del salario y del empleo, que se ha prolongado durante los últimos 30 años.
Pero el fantasma del dólar se contuvo.
Hasta que en estos días ha revivido con tal fuerza, que ayer el precio del billete verde estuvo en los 20 pesos.
Que en honor a la verdad, son 20 mil pesos de los tiempos previos a Salinas y Zedillo, quienes en conjunto con Pedro Aspe y compañía, inventaron aquella fórmula de mocharle tres ceros al peso, crear el “nuevo peso” y vendernos la ilusión de que ahora sí nos iba a hacer justicia la Revolución.
Qué cosas: la inflación está más o menos contenida, los salarios cada vez valen menos, el dólar anda por los cielos, el consumo interno es portentoso… Y este cuerno de la abundancia llamado México no se cae gracias a que los mexicanos trabajamos a destajo, más que los trabajadores de ninguna otra nación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Porque no conocemos otra fórmula que sobarnos el lomo, mientras los ricos se hacen más ricos y los altos funcionarios públicos fingen que se aprietan el cinturón, mientras se hinchan la bolsa con salarios que son la envidia de cualquier nación desarrollada y sin crisis recurrentes.
