El 14 de septiembre se celebra el Día del Charro. En México, claro está. Aunque hubo una época en la que también se celebraba el 5 de Mayo.
Ejércí el “deporte nacional por excelencia” en mis años mozos. Me dejó algunos recuerditos y bastantes anécdotas.
Pero si uno quiere ser competitivo en este deporte necesita tener una destreza por encima de lo ordinario, tiempo en exceso para entrenar las distintas suertes, además de poseer mucho varo, lana, marmaja, morlacos o dinero. Y el arriba firmante no tenía ninguna de esas condiciones. Lo mío era diversión campirana. Así que después de aprender sobre las ciencias vinculadas a la charrería, me alejé por la puerta de atrás, con mi permanente admiración para quienes han sacrificado tiempo y dinero para competir con quienes tienen más tiempo, más dinero y más talento para hacer de las suertes charras verdaderas obras artísticas.
Ya ni me acerco a las competencias, para que no me gane la querencia.
Pero eso no obsta para que felicite en esta fecha a los amigos y familiares que siguen empeñados en perpetuar la existencia de la charrería. Y también a quienes le han invertido una lana en sostener a las asociaciones y equipos charros, a quienes les pagan un salario a “sus charros” para llenar sus vitrinas de trofeos, acrecentar sus arreos —y cuentas bancarias— y dar espectáculo. Pero sobre todo a los que a fuerza de sacrificios, de robarle tiempo al tiempo y una enorme afición, practican el deporte nacional sin más aspiración que la de satisfacer la pasión por la suertes charras y la de honrar a sus ancestros. “Que nunca se muera esa raza…”