Escleróticos

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Terminó la vida de la sexagésima Legislatura estatal. Para ser preciso, se encuentra en los estertores de una agonía que comenzó la semana anterior y se prolonga hasta el 5 de septiembre próximo, fecha en la que inicia su vida la sexagésima primera Legislatura de la Cámara de Diputados del estado de México.

Y se va sin haber cumplido consigo misma. Aunque varios de sus integrantes prolongarán su servicio público —es un decir— como diputados, se quedarán pendientes de una legislatura de paridad de género, con mayoría de izquierda y con ambiciones, que se fueron evaporando.

Temas sustanciales permanecen inalterados. Una Legislatura con mayoría de diputados emanados de partidos “de izquierda” prefirieron no tocar ni una coma de la legislación en torno a la interrupción legal del embarazo, pese a las promesas y protestas.

La legalización del aborto no alcanzó a fermentar entre los diputados. Tampoco otra asignación de la izquierda: las uniones legales de parejas de personas del mismo sexo.

Tampoco se concretó el primer —¿y único?, no sé qué piensen los expertos en la vida legislativa mexiquense— golpe de mano de la moribunda sexagesima Legislatura: apenas ocurría el parto de los montes y los diputados ya habían dado marcha atrás a la reforma a la Ley de Seguridad Social para los Servidores Públicos del Estado de México y Municipios, con la promesa de tener lista una nueva, moderna y mejor legislación. Tres años después, no les alcanzó el tiempo ni la inteligencia.

Como el poder del contrapeso y fiscalizador de los otros poderes, tampoco dejaron sentir el peso de la representación popular. Ahí están las tarifas del transporte como prueba.

Eso sí, hay que reconocer que como nunca antes el Poder Legislativo lanzó exhortos a diestra y siniestra. En todos los temas de la vida pública. Si por los exhortos se midiera la productividad de los actuales diputados, ésta andaría por las nubes. Pero no. Ni se hagan ilusiones, señoras y señores legisladores. Si el éxito de la actual Cámara de Diputados se midiera por buenas intenciones, tendrían algo cercano al 10 de calificación. Tampoco lo podemos medir de esa manera. Ustedes disculpen.

Incapaces de articular un diálogo que vaya más allá de las cuatro paredes del edificio del Poder Legislativo, eufemísticamente bautizado como “la casa del pueblo”, los diputados se volvieron ciegos, sordos y mudos. Escleróticos. Especialmente en el transcurso del último año, en el que modificaron —para mal— su política de comunicación social y la volvieron elitista y excluyente.

Los (señores y señoras) legisladores que se quedarán a prolongar su vida como “representantes populares” tienen entre manos los retos actuales, los que vienen de hace tres años y los que deponga el futuro. Mas es inviable enfrentarlos con las perogrulladas de los últimos meses. Los diputados y diputadas que vienen tienen la responsabilidad de que una Legislatura equilibrada, en términos partidistas, sea provechosa para la sociedad a la que sirve, ajena de apetitos político electorales que la condujeron a un yermo circo, maroma y teatro.

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