Esta semana el tema central de la vida pública nacional será Ayotzinapa.
No tengo ni la más remota duda de que estaremos con Ayotzinapa para allá y Ayotzinapa para acá.
Esta semana se cumple un año de los trágicos acontecimientos en los que está desaparecidos 41 estudiantes normalistas y otros dos han sido identificados, ya muertos.
Nuevos hallazgos periodísticos. Nuevas versiones de los hechos.
Seguramente más manifestaciones y protestas, así como posiciones encontradas de quienes a lo largo de un año le han puesto atención a uno de los hechos de violencia más execrables de la historia reciente de este país, haya sido quien haya sido el responsable.
Y las redes sociales son el eco del pensamiento social: hay quien cree que no hubiera pasado nada si los normalistas no hubiera secuestrado autobuses —para la conmemoración del 2 de octubre, según la versión de los sobrevivientes—; hay quien culpa al Estado mexicano sin razonar absolutamente nada; hay quien defiende al Estado mexicano sólo porque sí. Y hay quienes prefieren guardar distancia, aunque deploran los hechos como la gran mayoría.
Pero sin duda, esta semana la manifestaciones, movilizaciones, nuevas historias y testimonios, nuevas posturas gubernamentales y partidistas, serán el pan nuestro de cada día, por una razón poderosa: Ayotzinapa ha significado el descrédito de un gobierno que hace un año iba bien, avanzando hacia sus metas. Pero que no supo que para manejar una crisis debía intervenir más rápido y más eficazmente.