Filas bancarias

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Al arriba firmante le desespera cualquier clase de fila.

Así que cuando sé que hay que hacer fila, me preparo lo suficiente para saber que será un proceso largo y tedioso, con todas las malas costumbres que las filas y trámites en México ameritan. De este modo, resulta un trance menos pesado y monótono.

Sólo cuando no hay otro remedio me formó diligentemente y hago de tripas corazón.

Pero cuando Dios, las fuerzas de la naturaleza, las vibras, los chacras, el viento del noroeste, los hados, el destino o lo que ustedes dispongan me coloca en una fila, casi siempre me tocan las de perder. Así me ha ocurrido las últimas tres veces que me he visto obligado a ir a un banco.

No diré ni los colores del logotipo ni el nombre, pero ha sido una experiencia que me ha hecho pensar en la necesidad de renacionalizar la banca, para que los empleados de ventanilla tengan una coartada para ser negligentes. Y así las firmas financieras privadas no deban preocuparse de algún estándar de calidad en la atención.

La cosa es que el arriba firmante se forma ya con la idea de que los empleados de ventanilla le van a hacer el gracioso favor de atenderlo, así con desdén y escaso tacto. Pero que cuando llegue al frente de la fila, después de no sé cuántos minutos, se retiren el 90 por ciento de los cajeros o se dediquen todos a atender la fila preferente —o como se llame—, es demasiado.

Aunque empiezo a sospechar que es culpa mía: debería cambiarme la cara. O de banco.

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