La economía y finanzas de los mexicanos de a pie está muy lastimada.
Factores como la elevada inflación de los últimos cuatro años, que le resta poder de compra a los ingresos, lo recortes salariales sufridos a raíz de la pandemia, que en muchos casos no se han recuperado, el bajo crecimiento económico nacional, la poca capacidad de ahorro y la casi nula planeación financiera, han ocasionado escenarios de depauperación.
Para nadie es un secreto que hay que gastar más para obtener los mismos bienes, productos y servicios de hace un par de años. Y que a pesar de los subsidios llamados programas sociales, el monto de los ingresos es insuficiente.
Por eso no es extraño que seis de cada 10 mexicanos tengan eso que se llama estrés financiero. No importa estatus económico, social o educativo. Bajos ingresos, desempleo o precariedad laboral, compras impulsivas y sobre endeudamiento han causado que los mexicanos vivan con el Jesús en la boca tratándose de sus finanzas.
Y tienen malestares físicos, como dolores de estómago o de cabeza, y psicológicos como falta de sueño o pérdida de apetito.
Y seguimos viviendo de prestado.