El gobierno mexicano se le vino a la yugular a la industria tabacalera al prohibir desde hace dos días cualquier publicidad del consumo del tabaco, su exhibición e ingesta en restaurantes, bares, hoteles, salones de fiesta, centros comerciales o cualquier comercio.
Atrás quedaron los anuncios, recordatorios de estatus y consumo de sabor que desde los años 60 representaban los “Faros” y su logo de que es era amo, los “Delicados”, para personas bien diferentes, los “Raleigh” con lo mejor de lo nuestro o los “Fiesta” y su canción pegajosa de dame uno.
Fumar permitía sentirse atractivo o parte de un grupo, calmaba el hambre, bloqueaba la ansiedad, lograba la distracción de preocupaciones y evitaba el aburrimiento. Hoy se le ve al poder de los cigarros como autoengaño y perjuicio para la salud.
La lucha oficial porque la gente deje de fumar no es nueva, se ve desde los años 90 en que las cajetillas ya debían portar la leyenda de que fumar era riesgo para el cáncer además de que sus presentaciones han traído imágenes de lo que hacen a la piel, los fetos, los pulmones, los espermas y otros. Pero los fumadores persisten.
Se cuentan en 15 millones según el Instituto Nacional de Salud Pública. Ahora tendrán que hacerlo a escondidas, solos y en rincones. La idea es evitar bronquitis, enfisema pulmonar, cáncer de pulmón, hipertensión arterial, trombosis, hemorragias, embolias y úlseras gastrointestinales. El fumar no tiene futuro, es una droga que con la que directamente se busca la muerte y de forma prematura.