Hoy es inevitable como tema la elección de los Estados Unidos.
Que si ganará la Hillary o si ganará el Trump.
Muchos hoy estamos atentos de la evolución de la elección estadunidense, por la ya conocida relación que existe entre México y Estados Unidos.
Aunque gané quien gane, sea la señora Clinton o el señor Donald o alguno de los otros dos aspirantes de quienes nadie recuerda nombres, apelativos o partidos, a México le va a ir igual. La atención que ha despertado la elección gringa es cosa de morbo: ninguno de los candidatos garantiza que a México le vaya a ir mejor que en las pasadas administraciones presidenciales de Estados Unidos: ya ven lo mucho que simpatizábamos con Barack Obama y ya saben el resultado… ¿O hay alguien que pueda decir que como mexicanos nos fue de maravilla con el primer presidente negro de la Unión Americana?
Pues igual gane Clinton o gane Trump, no nos va a ir ni bien ni mal sino todo lo contrario. Si los gringos eligen a su primera presidenta mujer o si eligen al empresario neoyorquino, allá ellos. Para este país llamado México la esperanza no puede radicar en una elección extranjera. Además, a los gringos les importamos un soberano cacahuate.
Nos guste o no, los mexicanos somos un tema secundario. Primero están ellos, los estadunidenses, luego Europa y China. Gane quien gane, nadie debe esperar la redención o el nuevo milagro mexicano. Ya deberíamos haber aprendido que de la elección gringa no sale nada bueno para nosotros.
