El huachicol no ha desaparecido. El huachicol vive. La lucha sigue.
Cuando comenzó este 2019, quienes nos movemos en vehículos a motor en el valle de Toluca aceptamos hacer el sacrificio de pasar alguna semanas en vilo sufriendo por el abasto del combustible —madrugando, formándonos, exprimiendo hasta la última gota—, porque se supone que habría un bien mayor: que se acabaría el robo de combustible. El de cuello blanco y el que se realiza en los ductos de Petróleos Mexicanos.
Pero el robo de combustible continúa. Valió cacahuate que nos pasáramos la noche en vela esperando a la pipa. Y lo que es peor, a los huachicoleros les tiene sin cuidado que el presidente de la república les haya pedido “que recapaciten y piensen en ellos”, “que piensen en sus familias, que piensen en sus madres, en sus mamacitas”.
O no tienen progenitora o les vale ídem, porque el huachicoleo continúa: nada menos ayer en Axapusco fue localizada una toma clandestina, y en el último mes han ocurrido incidentes semejantes en Atlacomulco, Huehuetoca, Tlalnepantla y Acolman. Esas viles ratas de albañal siguen en lo suyo ordeñando a los ductos de Pemex. Les tienen sus cuidado sus mamás, los fuchis y los guácalas. Les viene guanga la moral cristiana.
Y en las gasolineras, ni hablar.
En Ocoyoacac se produjo un incidente que muestra que las cosas no han cambiado demasiado. Que a la gasolina la “bautizan” tanto o más que ayer: treinta y tantos automóviles se quedaron varados a unos metros de una gasolinera con el común denominador de haberse abastecido de combustible en ese establecimiento. Los motores nomás no quisieron jalar con la saludable agua, acostumbrados a consumir gasolina. ¡Qué delicados!
Desde luego, en la gasolinera en cuestión, sus directivos aseguran que sus tanques no tienen filtraciones. También rechazan que le agreguen agua a la gasolina o gasolina al agua. Y culpan a Pemex, porque estos administradores relatan que recibieron una pipa de gasolina durante la mañana y, misteriosamente, en vez de combustible puro, despacharon algún menjurje con un alto contenido de agua. El milagro del agua convertida en gasolina no se produjo tras unos cuantos padres nuestros o el rosario completo al santo al que se encomienden los huachicoleros.
Sea que la gasolinera tenga la responsabilidad o le corresponda a Pemex o sus piperos, el caso es que se trata de una muestra de que el huachicol sigue siendo una práctica frecuente con tal de ganar dinero fácil.
Esta vez, seguro que se les pasó la mano, porque el porcentaje de agua debe haber sido muy elevado para que los motores dieran de sí. Los treinta y tantos automovilistas ahí están para atestiguar el indescifrable enigma de la gasolina que no fue gasolina. Del persistente huachicol. Del robo en despoblado, que podría haberse consumado de no haber sido porque los efectos se sintieron a unos metros del establecimiento en cuestión.
Les dieron gato por liebre. Les hicieron de chivo los tamales. Les dieron atole con el dedo.
Igual que en la lucha contra el huachicol, que ahí sigue, pero que no logra su cometido de erradicar el daño a Pemex y de paso al bolsillo de los particulares.