Impuestos

0
705

Soy contribuyente cautivo.

Mes con mes el contador público Víctor Manuel de Ávila Gómez presenta religiosamente mi declaración de impuestos. Algunas veces me toca pagar una lana de Impuesto Sobre la Renta, otras aparece alguna cantidad a pagar de Impuesto al Valor Agregado y unas cuantas más los cálculos me favorecen y no pago ni un centavo.

Pero para que este último caso ocurra, voy por la vida pidiendo la factura de todo aquello que está vinculado con mis actividades. Uno de mis documentos más preciados es la copia, perfectamente enmicada, de mi cédula del Registro Federal de Contribuyentes. Si voy a la papelería y compro un lápiz, pido factura. Si adquiero un chicle sobre el que haré una sesuda reflexión, pido factura. Si pago el teléfono celular, pido factura. Y así hasta el infinito. Además, si requiero de algún producto, bien o servicio siempre pregunto si el comerciante o prestador de servicios expide factura.

Naturalmente, mi atenta solicitud de que se genere una factura fiscal por mis compras o pagos no siempre tiene eco. Algunos dicen que sí, pero que hay que agregar el IVA. Otros dicen que sí, pero me después enviarán el documento. Me he encontrado casos en los que parece que hay un límite para facturar y si se rebasa ese monto, nomás no hay factura. Es que no hay quien pague impuestos por su gusto.

Pero a mí me vale: esta semana pasaré a una gasolinera, dos librerías, un kiosko de accesorios para teléfonos celulares y un servicio de cómputo a reclamar mis comprobantes fiscales digitales. Yo tampoco quiero pagar demasiados impuestos.

Comentarios

comentarios