La victoria aplastante de Morena en la elección del 1 de julio sigue siendo incomprensible para los políticos que resultaron derrotados.
Siguen sin entender el comportamiento de 30 millones de ciudadanos que se volcaron a las urnas a votar por Morena, y de pasada por sus candidatos.
En el estado de México, PAN y PRD no comprenden cómo de la mano del Movimiento Ciudadano llegaron a sus mínimos históricos. El PRI sigue sin entender las razones de su derrota. Y como suele ocurrir, buscan al responsable afuera, en vez de darse cuenta de que una cadena de decisiones erradas los condujo a su actual estatus y a un futuro incierto.
PAN y PRD mezclaron el agua y el aceite. Los ciudadanos rechazaron esa extraña amalgama en la que convivían ideas como el rechazo el aborto y la promoción de las bodas entre personas del mismo sexo. Al PRI lo replegaron sus estrategas itamitas que piensan en que las élites son las únicas capaces de gobernar y, por tanto, desdeñaron a sus bases y desecharon lo que por años fue la columna vertebral del tricolor, su apego a las causas sociales.
Ahora, la más febril imaginación de los dirigentes de esos partidos les genera pesadillas de escenarios dictatoriales. Los altos funcionarios emanados de esos partidos se dicen descalificados y atacados, cuando sólo cosechan la soberbia que sembraron.
Algún día se darán cuenta de que no fue Morena el que concitó el escenario emanado del 1 de julio. Fue un desquite.