Finalmente llegó el papa Francisco a México.
Y se ha encontrado, como era predecible, con un clima de entusiasmo, fervor, alegría y felicidad en muchos círculos.
Eso es lo que ha visto en sus recorridos, misas, reuniones y actos públicos.
Aunque en el otro lado también han existido expresiones de rechazo. Algunas de ellas francamente incomprensibles.
Por ejemplo, quienes profesan alguna denominación cristiana distinta a la católica han cuestionado su condición de la jefe de la Iglesia catolica y vicario de Cristo en la tierra. Y lo han hecho de manera virulenta… La paradoja es que ellos, sus grupos, han sufrido en carne propia la intolerancia que durante muchos años impidió incluso su existencia en este país. Esa misma intolerancia que ahora exhiben.
Otro ejemplo son los animalistas, que han hecho responsable al Papa de la “limpieza” de perros callejeros —o como prefieran calificarlos— de la zona donde ofició misa en Ecatepec. Como si el Papa se hubiera hecho cargo, materialmente, de la razzia contra los canes. Esos animalistas, que piden respeto por la vida de los animales, no han tenido el más mínimo respeto por la vida del ser humano que hoy es Papa.
Personalmente no los entiendo, porque tolerancia y respeto es lo que han pedido por años esos grupos —y lo merecen—. Pero cuando les toca dar muestra, predicar con el ejemplo, hacen lo contrario.
No es de su agrado la visita papal. Aunque le ponen demasiada atención. Llaman “borregos” a quienes acuden a las misas o a las vallas. Insultan. Pero cuando se trata de sus movilizaciones o de sus causas, demandan respeto. Un concepto que empiezo a dudar que alcancen a comprender.