Inflación galopante

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El Instituto Nacional de Estadística y Geografía tuvo a bien darnos a conocer que el aumento de los precios que se calcula a través del Índice Nacional de Precios al Consumidor, que todos conocemos como inflación, fue de 6.77 por ciento en el recién concluido 2017.

No habíamos tenido una inflación así de gorda en los últimos 17 años.

Y desde luego que no es algo de lo que los mexicanos podamos enorgullecermos. Por el contrario, se asoman de nuevo los fantasmas de lo que vivimos durante las décadas de los setentas y ochentas, cuando a todos —incluyendo los más chilpayates, como el arriba firmante en esa época— nos daban miedo palabras como carestía, tortillazo, sabadazo, devaluación, pacto, dólar, gasolinazo y otras tantas que se perdieron en la memoria, además de términos como “inflación galopante”, “poder de compra”, “aumento de emergencia”, “doloroso, pero necesario”…

Nomás me acuerdo y se me enchina el cuero. Un acto reflejo del puro miedo de ver cómo de la noche a la mañana el huevo sube de 24 a 32 pesos o la tortilla escala a 17 pesos o el jitomate aumenta un 45 por ciento.

Nada que ver con lo que sucede hoy, que el huevo anda en los 32, la tortilla la suben de precio, no sabemos a cómo estará la gasolina y el jitomate sube sin parar.

Para repetir el escenario, nomás falta que el gobierno federal convoque a firmar un pacto para la estabilidad económica o el presidente aparezca en cadena nacional, enjugándose lágrimas en los ojos, para anunciar algo rimbombante, aunque todos sepamos que a partir de ese momento nos cargó el payaso.

O que nos estén preparando la camita para la famosísima y tristemente célebre crisis sexenal.

Tengo miedo.

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