Injusticia

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Sin duda, ahora nos encontramos más expuestos a los medios de comunicación, a la información que se comparte en las redes sociales y, por lo tanto, al constante ir y venir de las noticias que nos muestran que todos los días hay una tragedia que llorar en este país llamado México.

Las desgracias se suceden de forma vertiginosa. Apenas estamos digiriendo una, cuando ya hay otra fatalidad semejante o mayor.

Hace unas pocas semanas la opinión publicada se concentró en la muerte de la joven neoleonesa Debanhi Escobar. Todavía hace unas horas la noticia era el asesinato de la cantante Yrma Lydya. Nos sorprendió el asesinato de dos sacerdotes jesuítas en el interior de un templo en el estado de Chihuahua. Ahora mismo la muerte de medio centenar de migrantes, la mitad de ellos mexicanos, es el centro de atención.

Sigue fresco en la memoria el fusilamiento de 17 personas en San José de Gracia, Michoacán. La emboscada en la que murieron 13 policías del estado de México en Coatepec Harinas. Tambien el caso del caníbal de Atizapan de Zaragoza. O del llamada monstruo de Villas Santín. La masacre de Villas de Salvarcar. Aquella de los migrantes centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas. Y el caso Tlatlaya. 

Sin ninguna conexión, todos esos acontecimientos —y muchos más que seguramente llegarán a la memoria de mis cuatro estimados lectores— son episodios de una crisis de inseguridad que no se ha detenido ni amainado bajo ninguna circunstancia.

En muchos casos ni siquiera se trata de acontecimientos relacionados con bandas del llamado crimen organizado. Son episodios de la descomposición cada vez más visible y frecuente.

Aunque la historia nacional reúne sucesos que por igual han causado conmoción, por su salvajismo, alcance o el número de los crímenes o de las víctimas. Las Muertas de Juárez. O las tristemente célebres Poquianchis. Goyo Cárdenas, El Estrangulador de Tacuba. La Mataviejitas. La Matanza de Aguas Blancas. El Halconazo. Sólo por mencionar algunos. Porque nunca hemos estado exentos de la criminalidad o violencia escandalosa, aunque sí pareciera que ahora es más persistente e ininterrumpida.

Desde la antigüedad, el concepto de justicia es darle a cada quien lo que le corresponde. Al criminal le corresponde un castigo. A la víctima la reparación del daño. Al que es omiso en sus resposabilidades le toca una sanción. Ni siquiera se trata de la identificación ideológica, política, partidaria o cromática de las personas.

En los últimos años, a la población le ha tocado pagar los platos rotos. Perder su tranquilidad. Sacrificar hasta su rutina. Sorprenderse y escandalizar una y otra vez. Continuamente. Ahora casi sin parar, porque un día sí y otro también se suceden las calamidades.

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