El arriba firmante es experto en descubrir el hilo negro e inventar el agua tibia.
Supongo que a mis estimados cuatro lectores no les sorprende. Tampoco a quienes por obligación tienen que leer esta media plana para enterarse de mis disquisiciones semanales. Esta vez lo aclaro porque los lugares comunes van a pulular en las siguientes líneas.
La inseguridad pública es el principal problema de este país y, por añadidura, de esta entidad de la república mexicana. Tres cuartas partes de la población del Estado Libre y Soberano de México refieren que se trata del principal problema de la entidad. Desde “endenantes”, la delincuencia común y el crimen organizado mantienen asoladas algunas regiones de la entidad.
No vivimos en medio de la violencia criminal que se produce en Guanajuato o Baja California, pero según los recuentos de la consultora TResearch, el Estado de México es la entidad con más casos de extorsión. También está en primer lugar en secuestro. Nos encontramos a la cabeza en narcomenudeo. En lo que va del sexenio federal —en este país todo se mide en sexenios o trienios—, estamos en segundo lugar en robo a bancos y ocupamos el subliderato en lo relativo a los homicidios dolosos.
El Estado de México ocupa también el primer lugar en la percepción de corrupción de la policía de tránsito. Y en la policía preventiva municipal. Y en la policía estatal. Y en el Ministerio Público y la Fiscalía. Por si fuera poco, la policía ministerial mexiquense se encuentra en el primerísimo lugar en corrupción entre los 32 estados de esta república federal. Además, la entidad mexiquense es primer lugar en casos de violencia de género. Y ni hablar de los índices de impunidad.
El arriba firmante ya se la sabe: somos el estado de los grandes números. Ni hablar, somos retehartos. Por lo tanto, tenemos altas cifras absolutas —y también relativas—. Y como es así, entonces pareciera que nos tenemos que aguantar o remar contra corriente.
El problema de la inseguridad se vuelve más grave porque la violencia delincuencial ha escalado a niveles de salvajismo. Y nuestra capacidad de asombro y horror ya está entumecida. Vemos los videos de los asaltantes que no contentos con despojar a sus víctimas, las golpean. En la última semana ha pasado como si cualquier cosa el hallazgo de una fosa clandestina en Tenango del Valle, signo de la crueldad y barbarie con la que actuan los criminales, con el ingredente adicional de la atrocidad que implica la práctica de deshacer los cadáveres en sustancias como sosa cáustica, tarea que en el perverso argot está a cargo de un sujeto apodado “pozolero”.
Estos actos eran ajenos a la realidad mexiquense.
Ahora que se asoman las campañas electorales, es necesario que haya planes concretos y acciones claras para revertir estos escenarios. No diagnósticos ni foros, que ya se han hecho por montones. No frases ni enunciados. Se necesitan orogramas medibles y cuantificables. Recetas fiables y adecuadas.