De esas cosas que te das cuenta de que el grado de impunidad en este país es el caldo de cultivo para la delincuencia. Porque si nuestros servidores públicos, especialmente los que ocupan cargos de decisión, no saben leer encuestas, los delincuentes sí aprendieron.
Me imagino al ladrón común, al asaltante vulgar, salir a la calle a hacer lo suyo, a cometer un robo, un asalto, un cristalazo, con la conciencia de que 9 de cada 10 delitos no se denuncian en este país y con la esperanza fundada de que no lo van a agarrar y que si llegasen a atraparlo, no habrá denuncia ni denunciante. Y así, muy orondo, con la complicidad tácita de quienes tienen por obligación prevenir y perseguir el delito, cebarse en el mexicano que no tiene ni en que caerse muerto (por estadística es así, dado que la mitad de la población mexicana es pobre o está muy cerca de serlo) para robarle lo poco que tiene.
Nuestros servidores públicos, en cambio, se la pasan devanándose el seso sobre por qué la gente no denuncia, por qué no confía, por qué no colabora.
Sin atinarle a la respuesta.
Que no es otra que trabajar y servir. Porque durante mucho tiempo han administrado la delincuencia y la violencia y en esto hemos terminado: en la molestia absoluta, el descrédito policiaco y la desconfianza en la procuración e impartición de justicia.