La propiedad privada

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Mis cuatro lectores saben que hay docenas de cosas que me vienen guangas. Que me tienen sin cuidado. O, como se diría en términos coloquiales, me valen un soberano cacahuate.

Cuestiones de la vida cotidiana que me resultan por completo indiferentes. Y eso incluye el gandallismo de quienes dedican parte de su vida a colocar botes, “trafitambos”, huacales, piedras, conos, llantas y otros instrumentos muy mexicanos de señalización para indicar que están ciertos de que la calle frente a su casa, negocio, oficina, edificio o vecindad, también forma parte de sus posesiones materiales.

Su idea de la propiedad privada supera a todos los teóricos del capitalismo. Y lo muestran con tanta frecuencia como sea necesario. Si es posible, a diario.

Con ellos no es posible entrar en razón. Es su casa o su negocio y, por lo tanto, les asiste el derecho de poseer la banqueta y la calle de los metros lineales frente a su fachada.

Por eso lo mejor es tratarlos como lo que son: subnormales profundos, imbéciles en potencia o ignorantes en toda regla. Así se evitan disgustos innecesarios. Prueben y verán que es imposible que entiendan el concepto elemental de vía pública. 

Los reto: puede ser muy ilustrativo para saber hasta dónde pueden llegar la ignorancia y la necedad juntas. Podría ser hasta objeto de una tesis universitaria.

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