Lecciones de las elecciones

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Las elecciones celebradas este fin de semana en 14 estados de la república arroja algunas lecciones para el estado de México, que celebrará comicios de gobernador el año próximo.

La más visible es que el PRI puede ser derrotado en entidades donde ha permanecido en el gobierno por espacio de casi un siglo, como es el caso de Veracruz, donde el gobierno desaseado, imprudente, incapaz y rapaz de Javier Duarte de Ochoa ha dejado como resultado —preliminar, todavía— la derrota para el tricolor, de la mano de sus alfiles tradicionales, el PVEM y el Panal.

En Veracruz la inseguridad, sumada a los escándalos vinculados a la clase política; las revelaciones de malos manejos en los recursos públicos, una administración ineficaz, además de un gobernador altanero y engreído, dieron como resultado que el PRI se fuera al tercer lugar de las preferencias electorales y perdiera una entidad en donde históricamente el partido y los políticos emanados de la Revolución Mexicana habían sido gobierno a lo largo del último siglo.

El ejemplo es Veracruz, por el tamaño de su padrón electoral, el tercero en importancia en el país. Pero en esa misma condición se encuentra Tamaulipas.

La segunda lección más visible es que las alianzas de los partidos de oposición, de la mano de experimentados políticos expriistas, rinden frutos.

Los casos de Miguel Ángel Yunes, José Rosas Aispuro y Carlos Joaquín en Veracruz, Durango y Quintana Roo, tres de las siete elecciones estatales ganadas por las alianzas adversarias del PRI, lo confirman. Para que la cuña apriete, ha de ser del mismo palo, reza el refrán, y eso parece cumplirse en estos tres casos.

Los expriistas conocen al dedillo las prácticas de su partido, a los llamados operadores políticos y la manera de neutralizarlos, así como son capaces de reproducir las “estrategias” de movilización de los votantes —desde luego, algunas de ellas, ilegales—. Pero, además, tienen simpatías al interior del tricolor que utilizan en su favor.

De la mano de estas candidaturas está el éxito electoral de las alianzas entre fuerzas ideológicamente opuestas, pero que en aras del pragmatismo en pro de un resultado electoral, unifican esfuerzos y dejan en manos del candidato la organización y operación electoral. Es una lección mayor para las oposiciones en el estado de México, que a lo largo de los procesos electorales de la era moderna no han alcanzado ni siquiera el nivel de acuerdo de un candidato común, ya no hablemos de la conducción de la campaña y la elección.

No es menor el tema de las candidaturas femeninas.

No se puede hablar de rechazo, pero sí de un fracaso electoral en el caso de las tres candidatas más prominentes a las gubernaturas.

De entre ellas, Puebla es la que electoralmente es la más importante, pero también están Tlaxcala y Aguascalientes.

Ahí el ejemplo es Blanca Alcalá, la candidata priista al gobierno poblano, que tiene una carrera política envidiable: diputada local, presidenta municipal de Puebla capital, senadora de la república, funcionaria de primer nivel en la administración estatal, dirigente de partido y muchos cargos menores (cualquier similitud con las actoras políticas del estado de México es mera coincidencia). La experimentada Alcalá fue derrotada por un incipiente político llamado José Antonio Gali, cuya carrera se limita a la alcaldía poblana y cargos de primer nivel en la administración de Rafael Moreno Valle.

La importancia política y económica de Puebla centra el foco en esa elección con candidata femenina —donde otra candidata mujer, la independiente expanista Ana Teresa Aranda tuvo un resultado muy pequeño—. Pero no son menores los casos de la priista Lorena Martínez, en Aguascalientes, o la panista Adriana Dávila, del PAN, postulada por segunda ocasión a la gubernatura de Tlaxcala, o la senadora perredista Lorenza Cuéllar en esa misma entidad.

Esto es: la experiencia y recorrido político-electoral de las mujeres es vital para obtener una candidatura, pero hasta ahora su efecto electoral no es visible —salvo el caso de Sonora—.

Por el contrario, el largo recorrido de algunos políticos del PAN le han rendido resultados. Esencialmente en Chihuahua y Tamaulipas, donde Javier Corral adelanta en los resultados preliminares después de años de picar piedra en la política de esa entidad y de hacerse de un nombre en la escena nacional. Corral Jurado se alinea a un estilo que resultó fructífero en las elecciones de este domingo 5 de junio (como Veracruz o Quintana Roo, donde el PRI nunca había perdido): hablar  fuerte y claro, denunciar a sus adversarios y sus orígenes, además de poner en entredicho al gobierno en turno. El mismo caso de Francisco García Cabeza de Vaca en Tamaulipas, aunado al clima de inseguridad y violencia que viven los tamaulipecos, explotando la expectativa de que un cambio de partido significará también un cambio en la calidad de vida.

Al final, pero no menos importante, el avance electoral de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, que ganó la mayoría de las curules en juego para la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, además de pegarle un susto al PRI, PAN y PRD en Veracruz. Zacatecas es un caso aparte, porque los Monreal han ido de partido en partido y el resultado de David Monreal es personal o familiar, sin reflejar la penetración de su actual signo político.

Pero observar que un candidato como Cuitláhuac García, cuyo único antecedente político es una diputación federal de la mano de Morena, supera el PRI en un bastión tricolor como Veracruz, es digno de un análisis más amplio y especializado.

Morena crece consistentemente como una opción viable para quienes aspiran a un cambio drástico. El discurso de López Obrador y sus candidatos es atractivo para un sector descontento de la sociedad.

El estado de México tiene elecciones el año entrante. Con características muy distintas a las de otras entidades del país —lo más semejante es Hidalgo, donde el PRI ganó nuevamente—, pero con un péndulo político que se ha movido hacia el terreno contrario al tricolor.

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