Lobo de Gubbio

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Este 4 de octubre se celebra el Día Mundial de los Animales —esta espacio recibe felicitaciones, sin sonrojarse, si así lo consideran conveniente—. La fecha está alineada con el festejo de San Francisco de Asís, al que la tradición considera el patrono de los animales y del que se asegura que predicaba el amor a los animales y al medio ambiente. Un adelantado en su tiempo.

El las “Florecillas de San Francisco”, obra anónima que relata vida, obras y trabajos del santo italiano se refiere un pasaje en el que el fundador de los franciscanos convierte y domestica a un lobo. Un poema célebre del nicaragüense Rubén Darío titulado “Los motivos del lobo” relata también la leyenda. San Francisco se refería a los animales como “hermanos pequeños” y sus biógrafos cuentan que durante sus días de rezo y meditación estaba rodeado de animales y que incluso hablaba con ellos.

Leyendas aparte, la humanidad actual está cada vez más en consonancia con los animales. Y con su defensa, incluso por encima de algunos seres humanos.

Están ahí los casos en los que las agresiones, ataques y muertes de animales han levantado olas de indignación. Aquel perro lanzado a un cazo hirviendo en la zona metropolitana del valle de México, del que se ha considerado penalmente responsable al perpetrador —y que esta misma semana ha sido encontrado culpable, esperando sentencia la siguiente semana—, es un ejemplo. Otro, las evidencias de maltrato en los centros de control animal en Durango. O la tortura de un osezno en Coahuila. O el solo hecho de que los osos en la zona metropolitana de Monterrey se vean forzados a merodear las casas en busca de comida, ante la invasión de su hábitat.

Eso que muchas veces ya no ocurre con sucesos en los que las víctimas sus seres humanos, ha despertado la cólera popular. Se protesta públicamente y se obtiene respuesta policiaca y judicial ante los casos de maltrato animal.

Paradójicamente, México es el tercer país de Latinoamérica con el mayor número de casos de maltrato animal y, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el primer lugar en abandono animal. Estamos lejos del comportamiento de San Francisco y más cerca de nuestra propia animalidad.

Es día propicio para reflexionar sobre nuestras relaciones con los animales, así como las obligaciones éticas que tenemos con ellos, pero también con otros seres humanos. Hasta dónde llegan nuestras obligaciones morales con otros animales —el humano lo es, ¿no?— y hasta dónde las condiciones igualitarias.

En la historia del lobo de Gubbio, la versión de Rubén Darío termina con el lobo regresando a su calidad de bestia, por la maldad humana, y al santo decepcionado y sosegado. En la versión anónima de “Las Florecillas”, el lobo vive en paz con los humanos. Eso también se presta a la reflexión.

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