Maradona, al que comparábamos con un D10S

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Se fue uno de los grandes, uno de los mejores. De esos seres humanos forjados con disciplina y dotados de talento único. 

Quién diría que el Pelusa nos iba a dejar ayer, en coincidencia con el aniversario luctuoso de Fidel Castro a quien mostró su afiliación política. Sabíamos que estaba mal, que se veía deteriorado y distinto, que sus excesos pasados y presentes no lo conducirían a buen término. Pero lo respetábamos y seguíamos admirando y cómo dejar de hacerlo si encarnaba la entrega, la pasión y perfección del deporte más querido de todos, si era uno de los nuestros; si nos hacía reír, sufrir y llorar con sus arrebatos. Maradona nos obligaba a verlo; pasaba de la cancha a los empresarios, luego a los políticos y jeques árabes. Confrontaba la vida; se permitía exprimirla. Nadie como él, el jugador, el hombre. El que nos arrebató el aliento en el mundial de México, el entrenador, el comentarista, el conductor de televisión. Maradona el que comparábamos con un Dios.

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